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CARTA DE DISCULPA A MI FAMILIA

Siento mucho no haber alzado la voz antes sobre la violencia, el abuso y el daño que ha existido en nuestra familia. Durante décadas, mi madre ha sufrido violencia física y psicológica por parte de un familiar, mientras mucha gente o bien miraba hacia otro lado o la culpaba. Aunque ahora, al hablar de esto, he tenido algunos roces (sobre todo en WhatsApp, donde me han sacado de un grupo familiar y he recibido mensajes críticos), al final mis acciones han hecho más bien que mal y han ayudado a abrir un camino de sanación y claridad. Para mí, ha sido una experiencia transformadora.

No pretendo ponerme en un pedestal moral. Reconozco que debería haber hablado de esto hace muchos años y aún reflexiono sobre por qué no lo hice antes. No creo que haya sido por falta de valentía ni porque no viera el dolor. Creo más bien que subestimé la gravedad de la situación. Por ello, pido disculpas: a mi madre y a mi padre, a mis hermanas y también a vosotros, mi familia extendida.

POR QUÉ IMPLICA A LA FAMILIA EXTENSA

He escuchado con claridad a algunos que dicen: “¡Arregladlo vosotros!” o “No quiero meterme en vuestros líos.” Creo que hay un malentendido profundo y que quizás merezca ampliar la mirada para entenderlo mejor. El malentendido está en llamar a esto “un conflicto,” como si fuera una simple discusión entre dos partes equilibradas. En realidad, estamos hablando de agresiones físicas y psicológicas cometidas por un miembro de la familia hacia otro, de problemas de salud mental y de abuso.

En teoría, la familia debería ser un apoyo incondicional, un refugio que amortigüe los golpes de la vida y que ayude a sus miembros a encontrar un sentido más amplio. Ofrece continuidad, un legado que va más allá de lo individual. Es algo intrínseco a nuestra humanidad.

Pero la familia no es perfecta ni se mantiene de forma automática. Necesita que todos pongamos de nuestra parte. Sé que también he vivido momentos preciosos con vosotros—complicidad, risas, solidaridad. Valoro mucho esos lazos. Al mismo tiempo, considero que una parte del “contrato social y cultural” de la familia consiste en tener el coraje de afrontar y trabajar los temas dolorosos cuando surgen. No es fácil, pero es necesario.

Lo que sucedió con mi madre durante décadas—y lo que sigue ocurriendo—viola ese contrato. Y lamentablemente, se ha ignorado o justificado sin que se debiera.

CÓMO PODEMOS AVANZAR

No espero que en la familia extensa todo cambie de la noche a la mañana, ni que estéis de acuerdo con todo lo que expongo. La sanación y la claridad ya han empezado en mí y en mi familia más cercana, y lo agradezco enormemente. Aun así, pienso que podemos fortalecer nuestros lazos como familia si damos pequeños pasos y mantenemos conversaciones sinceras.

Entiendo que no todo el mundo quiere profundizar en estos temas, y lo respeto. Quien prefiera mantener distancia está en su derecho. Al mismo tiempo, me ofrezco para hablar de manera privada si alguien quiere preguntar algo, compartir su punto de vista o simplemente reflexionar juntos.

Seguiré siendo transparente con mis actos e intenciones. Mi prioridad es apoyar a cualquier miembro de la familia que se sienta vulnerable o atacado, para que su experiencia no se quede enterrada. También continuaré muy presente en la vida de mis padres, hablando abiertamente tanto del daño causado como de los progresos que vamos consiguiendo.

No se trata sólo de mí. Creo que todos somos responsables de enfocar las dinámicas familiares con una mirada equilibrada. No implica aceptar ciegamente mi versión ni la de nadie, sino más bien mantener la mente abierta para escuchar diferentes perspectivas y reconocer cuándo existe un daño. A veces, incluso pequeños cambios en nuestra forma de ver las cosas pueden reforzar la confianza y la comprensión dentro de la familia.

Gracias por leer.

Max



Preguntas Críticas

Aquí tienes algunas buenas preguntas que me han hecho recientemente, junto con mis respuestas.

P1: “Te opones a la agresión, pero creo que tu comportamiento es agresivo. ¿Eres ciego a tu propia hipocresía?”

Existe una diferencia fundamental e importante entre causar daño y prevenirlo. La agresión es el uso injustificado de la fuerza, mientras que el uso moral de esta es un acto defensivo que busca preservar la dignidad y el bienestar. Mi objetivo es evitar el daño, y entiendo perfectamente que, fuera de contexto, algunas de mis acciones recientes puedan parecer agresivas.

Es fácil confundir la firmeza exterior con una agresión sin fundamento. Sin embargo, para que algo sea verdaderamente agresivo, debe llevar consigo la intención de dañar o dominar. Mi intención es, en realidad, todo lo contrario: proteger a las personas vulnerables del daño inmediato y continuo. Nos enfrentamos a un entramado complejo de causas y consecuencias, tanto físicas como psicológicas, y por eso he decidido hablar con franqueza y claridad a un público amplio, porque la verdad florece solo cuando se expone a la luz.

P2: “¿Qué acciones del supuesto agresor te han llevado a creer que existieron intenciones maliciosas deliberadas hacia tus padres dentro del entorno familiar?”

Los hechos descritos se extienden a lo largo de décadas y muestran una consistencia que difícilmente puede atribuirse a malentendidos casuales o reacciones impulsivas. Lo que emerge es un patrón deliberado de acciones que parecen buscar dañar emocional y socialmente a mis padres. La pregunta clave sigue siendo si esto responde a una malicia consciente o a una profunda incapacidad para comprender las consecuencias de sus propios actos, quizás agravada por cargas psicológicas.

El ocultar la muerte de un amigo cercano, aparentemente con la intención de infligir dolor a mis padres, ilustra hasta dónde pueden llegar ciertas acciones. Este gesto no parece fruto del azar, sino que desvela una frialdad que desafía los principios más esenciales de la compasión humana, como una sombra sobre lo que debería ser luz. Igualmente alarmante es la manipulación de un antiguo amigo de la familia para enfrentarlo contra mi madre, un acto que no solo busca el perjuicio de otros, sino también el beneficio personal. Estas actitudes revelan una visión utilitaria de las relaciones, que se consideran herramientas para fines propios en lugar de lazos mutuos.

Especialmente hiriente resulta la propagación de mentiras destinadas a deshonrar a mis padres, como la afirmación de que mi madre me abandonó siendo bebé. Estas palabras no solo hieren su reputación, sino que erosionan la confianza dentro de la familia y el círculo social. Aquí se construyen narrativas que no solo distorsionan la verdad, sino que intentan aislar a los afectados. Esta manipulación intencionada de la realidad difícilmente puede reconciliarse con el deseo de mantener relaciones armoniosas o, siquiera, un mínimo de respeto.

Otro ejemplo es la disposición a amenazar económicamente a mis padres o desacreditarlos públicamente. Aunque estas acciones son más recientes, un ejemplo anterior –gritarle a mi madre porque llegó unos minutos tarde a cuidar a un bebé tras despedirse de un amigo moribundo– refleja una dureza desproporcionada, que parece negar cualquier vestigio de empatía. Estas reacciones carecen de toda proporcionalidad, actuando como un eco frío de lo que debería ser una relación basada en respeto y apoyo mutuo.

Lo más desconcertante es el patrón repetido de autovictimización mientras se provoca y degrada a otros. Este contraste genera una paradoja inquietante: mientras se enfatiza una supuesta vulnerabilidad, se crea deliberadamente un entorno que desestabiliza a los demás. Este juego constante entre victimismo y daño intencionado deja poco margen para interpretar estos actos como simples errores.

Cabe la posibilidad de que problemas psicológicos influyan en este comportamiento. Quizás algunas de estas acciones reflejen conflictos internos o una sobrecarga emocional. Sin embargo, esto no exime de la responsabilidad por las heridas repetidas que se han infligido a lo largo de los años. Ser responsable implica reconocer las consecuencias de los propios actos, incluso cuando los motivos son complejos. La repetición constante de patrones destructivos sugiere algo más que impulsividad o descuido.

Lo más doloroso de esta situación es que alguien tan cercano a la familia repita actos que sistemáticamente socavan la confianza y el cariño. Es difícil encontrar en estas acciones una base para una relación genuina. Cuando faltan el respeto y la empatía, cualquier vínculo se vuelve unilateral, aceptando o ignorando deliberadamente el daño causado. Estas acciones plantean preguntas humanas fundamentales: ¿Hasta qué punto se puede llegar antes de que se destruya de forma irrevocable la base de la convivencia? Quizás la verdadera tragedia sea que mis padres, por su inquebrantable amor hacia quien tanto daño les ha causado, no puedan dejar de querer. Esa obstinación, que los define, también los hace profundamente vulnerables.